El Quito colonial y su influencia española
Comprender el papel de la colonia española en Ecuador, seguido de su expulsión, es clave para entender a la ciudad colonial de Quito hoy en día.
“Oh ciudad española en el Ande, oh ciudad que el Incario soñó, porque te hizo Atahualpa eres grande, y también porque España te amó”.
Así lee el segundo verso del himno de la capital ecuatoriana, relatando el papel de España en la historia de la ciudad. El verso, sin embargo, tuvo su controversia, cuando el ex Presidente de la República Rafael Correa sintió que representaba una “oda al colonialismo”, y la reemplazó con esta frase:
“Cuando América toda dormía, oh muy noble ciudad fuiste tú, la que en nueva y triunfal rebeldía, fue de toda la América luz”.

Pero la historia no terminó ahí. El actual alcalde de Quito Mauricio Rodas quiso volver a introducir el verso, creando un vaivén de politiquerías.
El episodio encapsula la complicada relación que tiene Quito con España y con sus años de colonización: por un lado, el domino europeo introdujo elementos que han definido la arquitectura, cocina y artes únicas del país, pero por otra parte parte, existe toda una antigua cultura que se ha perdido.
Entendiendo la influencia de la colonia española y su subsecuente expulsión es clave para entender al Quito de hoy.
Cuando el conquistador español Francisco Pizarro desembarcó en las costas de Ecuador, en la región de lo que es hoy Esmeraldas, en 1526, él y su compañero, Diego de Almagro, encontró un pueblo civilizado y organizado, adepto de en agricultura y con grandes avances tecnológicos.
Huayana Capac fue el gobernante de los Incas, el mayor imperio precolombino de América. Detectando problemas con la llegada de los extraños extranjeros, dejó Cuzco en Perú a su heredero directo, Huascar, y el reino de Quito a su hijo predilecto, Atahualpa.
A su muerte, los dos hermanos lucharon, y en 1531 triunfó Atahualpa, adjudicándose el dominio absolute del incario.
Pero el conflicto había debilitado al imperio, y en 1533, los españoles habían comenzado su conquista, aprovechándose de la guerra civil que la lucha entre los hermanos había provocado en el seno de la sociedad inca.
En diciembre de 1533, el conquistador Sebastián de Benalcázar entró en Quito, una ciudad que había caído en la ruina luego de las guerras, y la saqueó, arrebatando piedras preciosas y cavando oro de las tumbas.
El 6 de diciembre de 1534, Quito fue tomada en nombre del rey español, y aquella colonia permanecería durante casi 300 años.
El gobierno local de la provincia fue confiado a una junta de magistrados llamada “audiencia”, siempre compuesta por españoles nativos, hecho que posteriormente resultaría en la caída del imperio español frente al levantamiento de los criollos y la independencia de América como tal.
La vida era generalmente pacífica en Ecuador durante la colonia, a medida que la hegemonía europea impartía su estímulo sobre todo desde los granos que se cosechaban a la moda de la ropa que se debía utilizar.

Las órdenes religiosas como los franciscanos, los dominicos, los agustinos y los jesuitas se consideraban fuerzas “civilizadoras”, y mientras los presidentes de la audiencia prestaban poca atención a la educación, las iglesias creaban sus propias escuelas y universidades.
Fue durante los primeros años de este período que comenzó uno de los movimientos artísticos y culturales más importantes del país, uno de los primeros de su tipo en América Latina.
Desde 1552 en adelante, la Escuela Quiteña comenzó a florecer en la capital, engendrando una gran cantidad de esculturas, pinturas y edificios con un gran enfoque religioso.
Se cuenta que el rey Carlos III, monarca de España entre 1716 y 1788, habría dicho que “no me preocupa que Italia tenga Miguel Ángel, si en las colonias de América tengo al maestro Caspicara”, refiriéndose a uno de los artistas quiteños clave del movimiento artístico de la ciudad.
Hacia fines del siglo XVIII, al igual que en gran parte de la América española, el descontento comenzó a agitarse en Quito, con el deseo de terminar con el dominio colonial; una esperanza impulsada por la invasión de España por Napoleón.
En 1808, varios hombres prominentes de Quito, incluyendo Pío Montufar, se reunieron para planear una insurrección.
Y aunque el levantamiento que se produjo el 10 de agosto, 1809, no reunió suficiente apoyo para garantizar el éxito y, un año después, todos los insurgentes fueron asesinados, significó que cuando España nombrara una junta para presidir la ciudad en nombre de España, esta se decretó libre y soberana. Más represión hizo que Quito, la primera voz organizada pidiendo independencia de toda América, tuviera que esperar diez años para obetnerla.
Finalmente, en 1822, la batalla de Pichincha, el último enfrentamiento entre los patriotas insurrectos y las tropas realistas españolas a las faldas del volcán Pichincha, liberó a todo un pueblo quiteño, y ahora define la historia y leyenda de un país.
Comandada por Antonio José de Sucre, la victoria se sumó a las de Simón Bolívar, líder de las fuerzas revolucionarias del norte de Sudamérica. El aclamado Libertador unió al Ecuador a la recién formada República de Gran Colombia.
El legado español, sin embargo, no desapareció de la ciudad. Su influencia fue profunda. Desde el lenguaje y la religión hasta los sabores, saberes y el arte, el impacto del colonialismo en Quito es de gran alcance.